Belle de jour: La mujer y sus instintos más oscuros

01.04.2025

Por Nathalia Olivares


 

Luis Buñuel, uno de los cineastas más provocadores del siglo XX, llevó al cine una de sus obras más inquietantes con Belle de jour (1967), adaptando la novela homónima de Joseph Kessel. Esta película, aclamada por su irreverencia y ambigüedad, no solo desafía las convenciones del cine de su época, sino que también explora, con maestría, los complejos rincones del deseo humano, la represión y la moral burguesa. Un retrato desgarrador de una mujer atrapada entre su deseo y la superficie impoluta de una vida acomodada.

El personaje principal, Severine (interpretado por Catherine Deneuve), es una mujer que lleva una vida aparentemente perfecta con su esposo Pierre (Jean Sorel), un hombre apuesto y adinerado. Sin embargo, bajo la superficie de esta existencia burguesa y ordenada, Severine experimenta una necesidad visceral de transitar los territorios oscuros del deseo. Esta insatisfacción subyacente es lo que la impulsa a convertirse en una prostituta de día, mientras mantiene su fachada de esposa recatada por la noche. Lo que Buñuel captura magistralmente es la contradicción inherente a la protagonista: una mujer que se ve a sí misma como inocente y pura, pero que se ve empujada a vivir una doble vida llena de humillación y placer masoquista.

Desde el principio, Belle de jour plantea una serie de interrogantes filosóficos y psicológicos. ¿Está Severine actuando por impulso, o es su vida un reflejo de las profundas pulsiones reprimidas de su psique? Buñuel, en su inconfundible estilo surrealista, juega con la frontera entre la fantasía y la realidad, borrando las líneas que separan ambas, lo que obliga al espectador a cuestionar continuamente lo que es real y lo que es una construcción mental. Las ensoñaciones y los sueños de Severine, repletos de imágenes grotescas y perturbadoras, se intercalan con la realidad cotidiana, lo que contribuye a la sensación de alienación que atraviesa todo el filme.

Uno de los aspectos más impactantes de la película es la forma en que Buñuel aborda el deseo sexual, no solo como un acto de placer, sino como una necesidad instintiva que se puede convertir en una fuerza destructiva. Severine, al adentrarse en el mundo de la prostitución, se enfrenta a un profundo conflicto interior: por un lado, experimenta un placer sublimado a través del sufrimiento, y por otro, se ve atrapada en una red de humillación que parece satisfacer su necesidad de degradación. Esta dicotomía, sin embargo, no se presenta de manera explícita, sino que se insinúa en las imágenes de la película, en las que el dolor y el placer se entrelazan de manera casi indiscernible. Es un juego de sombras y luces, donde el sufrimiento se convierte en el único medio para alcanzar el éxtasis, aunque este sea efímero y profundamente insatisfactorio.

Lo que Buñuel logra con esta obra no es solo un retrato del deseo femenino, sino una crítica mordaz a las estructuras sociales y de poder que han sido creadas por la burguesía. La figura de Severine, atrapada entre la necesidad de su cuerpo y los valores moralistas de su entorno, refleja una crítica al orden social que, en última instancia, obliga a las mujeres a reprimir sus deseos más auténticos para encajar en los moldes establecidos. La hipocresía de la sociedad burguesa, representada por su esposo Pierre y sus amigos, es inconfundible: la pureza es la virtud de la esposa, pero debajo de esa fachada se ocultan los más oscuros instintos humanos.

En esta película, Buñuel no solo cuestiona la moral burguesa, sino también la idea misma de la sumisión y el masoquismo como formas de encontrar placer. La relación entre Severine y Husson (Francisco Rabal), un cliente que se deleita no en la posesión, sino en la humillación y el sufrimiento de ella, es una de las representaciones más poderosas de la compleja relación entre poder y deseo. Es fascinante cómo Buñuel muestra la fascinación por la humillación sin glorificarla. Husson no obtiene placer sexual, sino una satisfacción perversa por someter a Severine, lo que da una nueva dimensión a la idea de masoquismo como una respuesta al orgullo y la altivez. En este contexto, el placer se convierte en una forma de resistencia, una lucha interna que la protagonista parece no poder evitar.

El simbolismo en Belle de jour es complejo y denso, y las referencias a Sade no son casuales. La película está impregnada de un aire sadiano, especialmente en las secuencias que exploran la violencia sexual y la transgresión de límites. Buñuel, al igual que Sade, se muestra como un provocador, alguien que disfruta de desafiar las convenciones y poner en primer plano lo que la sociedad prefiere ocultar. La constante referencia a la figura de Sade, un escritor que celebraba el placer a través de la humillación, sirve para profundizar en la crítica a las convenciones sociales y el deseo reprimido.

Belle de jour es una película que se resiste a ofrecer respuestas fáciles. ¿Es Severine una víctima de sus propios deseos o una mujer que finalmente se libera a través de su sumisión? El final abierto de la película, en el que la protagonista parece regresar a su vida anterior, sugiere que, aunque el deseo se ha manifestado en su vida de manera cruda y desgarradora, las estructuras sociales siguen siendo inquebrantables. La mujer, en su lucha con sus propios instintos y la moralidad de su entorno, se ve condenada a vivir en una paradoja constante: la satisfacción solo puede alcanzarse a través del sacrificio, la degradación y la sumisión.

En resumen, Belle de jour no es solo un estudio sobre el deseo y la represión, sino una meditación profunda sobre la naturaleza humana y la moralidad impuesta por las estructuras de poder. Buñuel, con su enfoque surrealista y su crítica a la burguesía, ofrece una película que no solo perturba, sino que también invita a una reflexión filosófica sobre la lucha interna entre lo que se debe ser y lo que realmente se desea. Como decía el filósofo Georges Bataille, el hombre es sus instintos; y Belle de jour es un espejo inquietante de esos instintos más oscuros y reprimidos que, al final, definen a sus personajes.